martes, 3 de enero de 2023

Brújulas que buscan sonrisas perdidas.

 Regresé. 


Con mucha sal en la mirada, con la ropa desatada y un trago amargo en la garganta que no me dejaba respirar. 

Siempre vuelvo al refugio de un puerto dónde mis letras, ancladas, se confunden con la triste mirada varada, de una persona cansada de esperar. 

Y es que nunca sé muy bien por dónde van los temporales, ni siquiera cuando apuntan a mí.

Nunca he sido de chalecos salvavidas. 

Ahogarse es el precio de sentir. 

Aún cuando soy yo el que se ató a ese lastre, a sabiendas de que con él, me hundiría yo también. 

Imagino que me despojo de mis heridas, que soy libre, del todo libre, libre hasta de mi. 

Que abandono todo lo que no tiene valor para perderme de nuevo en El Puntal, a observar un horizonte turquesa infinito.

Que entierro mis pies en la arena, me dejo llevar por el nordeste más frío y ahí, en la soledad de mi yo con el mundo, vuelvo a sonreir.

Porque esta será la última vez que brillará el faro que siempre recordará lo que fuimos, como constancia de que el tiempo tiene la fea costumbre de olvidar todos los hechos. 

Conviene saber que incluso tras la noche más oscura, siempre vuelve a amanecer.

Y hubiese convenido saber que, aunque jamás nos lo dijeran de pequeños, el amor es el único juego en el que había que empatar.

Y habría hecho falta saber que no hay persona sin su colección de espinas y que nada escuece más que escuchar un disco a solas de Sabina

Pero en mi Puertochico, de nuevo, sonreí. 

Qué forma más preciosa de volver a comenzar.

Con mi brújula en busca de la sonrisa más perdida.


Bienvenido Enero, volvemos a la mar.