domingo, 28 de febrero de 2016

Cuando no me ves.

La luna estaba más alta. Flotaba sobre el suave tapiz de aguas que bañaba la bahía. Había un leve reflejo de escamas de plata, que temblaban con sarcasmo y elegancia al son del punteo de las olas contra el espigón. Aquel sobre el que alguna vez amé y otras prometí odiar.

Recuerdo como por un momento, el último rayo de sol cayó con romántico afecto sobre su rostro radiante. Con su voz, armónica y melosa, me obligó a inclinarme hacia delante, sin aliento, mientras la escuchaba...entonces se fue el brillo y cada uno de los rayos abandonó su rostro con reticente pesar, como dejan los niños una avenida animada al llegar la oscuridad. Me besó sobre aquel espigón y descubrí que, de madrugada, sus besos sabían mejor.

Con una especie de emoción vehemente, comenzó a sonar en mis oídos una frase: "recuerda esta noche porque marca el principio de la eternidad". De vuelta a casa recordé que, además de ser maleducadamente atractiva, leía a Dante, como yo.

Pero su corazón se mantenía en constante turbulencia.

Durante un instante, una frase trató de formarse en mi boca y mis labios se separaron como los de un mudo, como si hubiera más batallas en ellos que el mero jirón de aire asombrado. Pero no emitieron sonido alguno. Y aquello que estuve a punto de recordar, quedó incomunicado para siempre.

Su corazón comenzó a latir con más fuerza a medida que me acercaba más a ella. Sabía que en cuanto la besara y atrapara su perecedero aliento, mi mente dejaría de vagar inquieta, como la mente de Dios.

Pero el tiempo hizo que nos marchásemos sin una palabra. Expulsados, convertidos en algo pasajero. Aislados, cual fantasmas, incluso de nuestra piedad. Y es entonces cuando te das cuenta de que, el deseo de tocar el cielo con la punta de los dedos sin que el sol te queme las alas, era del todo imposible.

Y aunque sé que todavía podría encender un par de lunas sobre tu espalda, prefiero quedarme con el recuerdo de aquella que tú encendiste sobre mi cama.

Sólo he querido de verdad a un puñado de personas en mi vida. Y los atesoro como si en ese puñado cupiera toda mi vida. Mi mochila de los viajes.

La que, Si Dios quiere, dentro de poco me tocará volver a llenar.
Porque el destino suele estar a la vuelta de la esquina: como si fuese un chorizo, una puta o un vendedor de lotería. Esas son sus tres encarnaciones más socorridas. Lo que está claro es que nunca reparte a domicilio. Siempre hay que ir a por él.

"Porque el día que el presente sea ya historia y las aguas se nos calmen de una vez, entenderás en mis silencios tantas cosas...las que ahora escribo cuando no me ves".

Fin.



lunes, 1 de febrero de 2016

Siempre el plan ve.

¿ Y si se cumpliera aquello que Nietzsche tanto prometió de que acabaríamos viviendo la misma vida de nuevo?

Habría labios en los que me gustaría volver a vivir, heridas que me gustaría volver a coser y relojes a los que maldicería una y otra vez.

El caso es que nos hemos acostumbrado demasiado a los días grises. Quizás un día pruebe a atracar un banco, a sacarle la lengua a los que me miran mal por la calle, a quitarle un caramelo a un niño, a sonreir a la cartera o a entrar en alguna de esas casas abandonadas de Reina Victoria que me tientan con su polvo y sus ventanas tapiadas.

Tenemos y debemos reaprender a fascinarnos, a vivir en tecnicolor, a dejar el descafeinado. A saltarnos las reglas al menos una vez al día. A hacer pis sin levantar la tapa, o mejor, en la ducha. Porque joder, no tenemos tiempo. Desde que nacemos, nuestras agujas van hacia atrás y el calendario corre más que cualquier leopardo en Kenia.

No hay tiempo para nostalgias, tampoco para arrepentimientos.
Ni para pedir permiso.
Tampoco para dar una excusa convincente a la policía.

Que la curiosidad te mate.

Éste es mi único consejo de supervivencia:
No necesitas a nadie.
Pero quiere.
Quiere mucho.
Siempre por encima de tus posibilidades.

Y si no acaba de llegar, pasa al plan ve.