¿ Y si se cumpliera aquello que Nietzsche tanto prometió de que acabaríamos viviendo la misma vida de nuevo?
Habría labios en los que me gustaría volver a vivir, heridas que me gustaría volver a coser y relojes a los que maldicería una y otra vez.
El caso es que nos hemos acostumbrado demasiado a los días grises. Quizás un día pruebe a atracar un banco, a sacarle la lengua a los que me miran mal por la calle, a quitarle un caramelo a un niño, a sonreir a la cartera o a entrar en alguna de esas casas abandonadas de Reina Victoria que me tientan con su polvo y sus ventanas tapiadas.
Tenemos y debemos reaprender a fascinarnos, a vivir en tecnicolor, a dejar el descafeinado. A saltarnos las reglas al menos una vez al día. A hacer pis sin levantar la tapa, o mejor, en la ducha. Porque joder, no tenemos tiempo. Desde que nacemos, nuestras agujas van hacia atrás y el calendario corre más que cualquier leopardo en Kenia.
No hay tiempo para nostalgias, tampoco para arrepentimientos.
Ni para pedir permiso.
Tampoco para dar una excusa convincente a la policía.
Que la curiosidad te mate.
Éste es mi único consejo de supervivencia:
No necesitas a nadie.
Pero quiere.
Quiere mucho.
Siempre por encima de tus posibilidades.
Y si no acaba de llegar, pasa al plan ve.
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