jueves, 22 de septiembre de 2016

Brillemos, pero en esdrújula.

Acojo en mi hogar 
Palabras que he encontrado abandonadas en mi palabrera. 
Examino cada jaula y allí, narrando vocales y consonantes 
Encuentro a sucios verbos que lloran después de ser abandonados por un 
Sujeto que un día fue su amo. 
Y de tan creído que era prescindió del predicado. 

Esta misma semana han encontrado a un par de adjetivos trastornados, 
A tres adverbios muertos de frío. 
Y a otros tanto de la raza pronombre. 
Que sueñan en sus jaulas con ser la sombra de un niño. 

Se llama entonces a las palabras que llevan más días abandonadas 
Y me las llevo a casa 
Las vacuno de la rabia 
Y las peino a mi manera 
Como si fueran hijas únicas. 
Porque en verdad todas son únicas. 

Acto seguido y antes de integrarlas en un parvulario de relatos o canciones 
Les doy un beso de tinta. 
Y les digo que si quieres ganarte el respeto nunca hay que olvidarse los 
Acentos en el patio.

A veces les pongo a mis palabras diéresis de colores imitando diademas. 
Y yo solo observo como juegan en el patio de un poema. 

Casi siempre te abandonan demasiado pronto. 
Y las escuchas en bocas ajenas. 
Y te alegras. 
Y te enojas contigo mismo como con todo lo que amamos con cierto egoísmo. 

Y uno se queda en casa, inerte y algo vacío 
Acariciando aquel vocablo mudo llamado silencio 
Siempre fiel, siempre contigo. 

Pero todo es ley de vida. 

Como un día me dijo el poeta Halley, 
Si las palabras se atraen, que se unan entre ellas 
Y a brillar, que son dos sílabas.

lunes, 12 de septiembre de 2016

De puntillas. Se fue. El verano.

El ínfimo atardecer disipa cualquier duda acerca de aquella silueta sobre la que tanto me gusta planear. La brisa puntea cada una de las arrugas que se dibuja en tu rostro cada vez que sonríes. O te ríes. El faro ilumina a escondidas y a intervalos de 15 segundos cada uno de los rincones más recónditos del cuerpo sobre el que la arena hace de colchón.

Y me invitas a bañarme a oscuras. Y a escondidas. Y entre dos. Y entonces te digo que prefiero el sabor del salitre sobre tu espalda. Y entonces me dices que siempre vivo a cámara lenta. Respondo que lo hago en tecnicolor pero que tienes la complejidad propia del cálculo infinitesimal para dejarme en blanco y negro.

Rebobino y me disperso dejando siempre versos inconexos.

Hemos perdido el billete de vuelta a nuestras camas. Y sugieres hacer fuego. Y me rozas como por error. Pero sonríes. Y te beso como por amor. Y te pido perdón.

Bailamos, pero me pisas los pies. Te digo que no pienso recoger tus pasos y al oído me susurras que tú tampoco piensas recoger la ropa del suelo. Enciendes las velas. Bajamos las luces. Empieza Febrero.

Y es que cuando me rozas, prendo fuego al mar.