lunes, 12 de septiembre de 2016

De puntillas. Se fue. El verano.

El ínfimo atardecer disipa cualquier duda acerca de aquella silueta sobre la que tanto me gusta planear. La brisa puntea cada una de las arrugas que se dibuja en tu rostro cada vez que sonríes. O te ríes. El faro ilumina a escondidas y a intervalos de 15 segundos cada uno de los rincones más recónditos del cuerpo sobre el que la arena hace de colchón.

Y me invitas a bañarme a oscuras. Y a escondidas. Y entre dos. Y entonces te digo que prefiero el sabor del salitre sobre tu espalda. Y entonces me dices que siempre vivo a cámara lenta. Respondo que lo hago en tecnicolor pero que tienes la complejidad propia del cálculo infinitesimal para dejarme en blanco y negro.

Rebobino y me disperso dejando siempre versos inconexos.

Hemos perdido el billete de vuelta a nuestras camas. Y sugieres hacer fuego. Y me rozas como por error. Pero sonríes. Y te beso como por amor. Y te pido perdón.

Bailamos, pero me pisas los pies. Te digo que no pienso recoger tus pasos y al oído me susurras que tú tampoco piensas recoger la ropa del suelo. Enciendes las velas. Bajamos las luces. Empieza Febrero.

Y es que cuando me rozas, prendo fuego al mar.

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