miércoles, 28 de noviembre de 2012

La España de Los Quijotes.




Vivo en un país con un himno feo; una marcha real de los tiempos oscuros que, a falta de letra, se canta tachín tachán en los estadios de fútbol. Con un himno así es imposible rodar Casablanca, fichar a Humphrey Bogart e Ingrid Bergman y vivir el emotivo duelo musical en el bar de Rick en el que vence La Marsellesa; la libertad frente la barbarie.

Vivo en un país que lleva siglos discutiendo sobre las mismas cosas y en el que siempre pierden los mejores, los imprescindibles.

Vivo en un país sin símbolos de pertenencia, sin instituciones eficaces, salpicado de muros mentales y prejuicios, de miedos al Otro, y con una bandera ni fu ni fa rescatada en el Mundial de Sudáfrica por los Xavi, Iniesta y Casillas, y por decenas de miles de jóvenes que tomaron las calles. Un país-Titánic del que todos tratan de escapar encaramados en votos salvavidas: catalanes, vascos, españolistas. Se multiplican los dirigentes que calculan el rédito de cada abismo.

Vivo en un país con seis millones de parados, de tragedias familiares reducidas a una estadística, varado en una crisis ética en la que los corruptos ocupan cargos públicos, conservan el prestigio social, se presentan a elecciones y dan lecciones en unos medios de comunicación que pierden fuelle, periodistas y crítica, porque criticar resulta caro: exige pensar, decidir, correr riesgos.

Muchos se lanzaron a una irrefrenable compra de casas impulsados por la codicia ambiental, por unos bancos que regalaban el dinero y escondían la letra pequeña. Nos creímos ricos cuando solo estábamos endeudados. España se transformó en pocos años en un país sin pasado, sin pobreza, sin Los santos inocentes; un país nacido de la nada, una ilusión formada por gentes que se daban importancia en el caminar, al viajar transmutados en turistas altivos.

Vivo en país donde los desahucios son la imagen de la España egoísta, injusta, cruel, la de un sistema que no funciona porque es incapaz de proteger al débil, garantizar la igualdad ante la ley. Cada suicidio es un mazazo en la honestidad colectiva. Hay medios, más los televisivos, que convierten cada desgracia en carnaza de infoentertainment para subir la audiencia. No hay límites, todo vale. La inmoralidad no es solo un virus que afecta a políticos y banqueros, nos afecta a todos. A los silenciosos.


Vivo en un país acrítico e inmaduro, que confunde un programa basura con un informativo de la BBC.

Vivo en un país chato, poca cosa, en el que la clase política se ha reducido a una casta encerrada en un castillo, enrocada a espaldas de los ciudadanos, a su costa. Un clan que protege sus privilegios, los pluses por vivienda y sus vuelos en business ante cualquier petición de transparencia. Que escoge los miembros de los Supremos y los Constitucionales para blindar sus derechos. Todo es un juego de poder y dinero.

Pero en este país tenso, donde bulle tanta historia inacabada, tanta manipulación y tanta estupidez supina, está repleto de personas sanas que se empeñan en pelear cada día contra la España ruin, avara, cruel. En esta España de mercados, primas de riesgo, pelotazos, pérdida de derechos, ERE y recortes, de necios de cuello blanco, queda espacio para la utopía. Ese es el verdadero sueño: el triunfo de la España de los Quijotes.

R.L





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