martes, 4 de diciembre de 2012

Ensayo sobre las dos culturas.




En su artículo, Mario Vargas Llosa analiza las dos posiciones culturales preponderantes del siglo XX. Por un lado nos encontramos con la opción más pragmática de estas, defendida por C. P. Snow y conocida con el nombre de “cultura científica”. Representada por la modernidad y el futuro, reflejaba los avances que en el ámbito científico y técnico se estaban produciendo en la sociedad; sín embargo, y como antítesis de la postura defendida por C. P. Snow, nos encontramos con la denominada “cultura literaria” (propugnada por F. R. Leavis) que, anclada en la cultura tradicional, pretendía apropiarse de la cultura con mayúsculas y establecerse como “órgano” principal de la cultura occidental.
Esta escisión entre ambas culturas, fomentada por las continuas desavenencias entre los defensores de una y otra, habría provocado además de dos tipos de saber, dos maneras completamente distintas de afrontar los devenires del propio y natural desarrollo de las sociedades.

En su artículo, Vargas Llosa analiza la vehemencia con la que F. R. Leavis defiende su tesis, a través de la descalificación adhomini: “como novelista no existe, no ha comenzado aún a existir”. En mi opinión, este ataque no es más que el último intento de proteger aquello que sabemos que acabaremos perdiendo. Igual que el púgil que, sabiendo que se encuentra ante las puertas de la derrota, lanza un endeble golpe buscando el cuerpo del rival, escenario éste que bien podríamos extrapolar al enfrentamiento entre ambas culturas.

Pero lo que es cierto es que, encontrándose ambos novelistas ante las barreras de la ignorancia y los prejuicios recíprocos, no supieron vislumbrar, desde mi punto de vista, el nacimiento de una cultura que avanzaba conforme lo hacía el paso del tiempo. Una cultura que poco a poco regirá los órdenes de la vida y que se consagrará como el altavoz ante las demandas de la sociedad. Una cultura “cada vez menos dispuesta a invertir recursos, que distraerían de lo pragmático, para financiar en gran escala y de manera significativa aquellos quehaceres académicos o creativos sin valor de uso que, para el doctor Leavis, eran los únicos con derecho a representar la cultura.” Los medios de publicación se erigirán por tanto como aquella cultura que satisfaga las necesidades prácticas y espirituales para “moverse” por el mundo sin parecer un bicho raro.

Con algunos años más de perspectiva, el siguiente escritor que analice estas posturas lo hará calificándolas de “supervivientes de una época ida”.


Si bien Miguel Ángel Quintanilla converge en cuanto a opinión en el análisis hecho por C. P. Snow ante la brecha que existía entre ambas culturas y sus respectivos protagonistas, en su carta va aun paso más allá desgajando las ventajas e inconvenientes (más estos que aquellos) que la denomina “tercera cultura” presenta. Quintanilla retrotrae la vista atrás (50 años exactamente) y describe el empeoramiento en el mundo académico afirmando que los humanistas han acomodado a sus textos “la jerga científica” al mismo tiempo que critican todo aquello relacionado con este mundo.

Bajo el despectivo seudónimo de “cultura popular”, Quintanilla habla de la tercera cultura como un territorio sin fronteras capitalizado por el “todo vale”. Según él, asistimos a la más absoluta corrupción del término cultura por los oradores del falso saber. Aquellos que tras una pantalla y una plataforma audiovisual financiada a través de la banalización cultural inundan nuestras casas de palabrería y elucubraciones pseudocientíficas, eso sí, al gusto del consumidor.

Pero ante un escenario tan desolador, Quintanilla cree que no todo está perdido. Al igual que hasta en los desiertos encontramos agua, Snow hubiera asistido en esta sociedad en la que nos ha tocado vivir, a seminarios como los de la Menéndez Pelayo sobre cultura científica y democracia. Hubiera podido leer ensayos como los de Ramón Lapiedra. Además, hubiera disfrutado de las publicaciones que algunos medios de producción hacen, atendiendo a su dedicación permanente y equilibrada, por el mundo de la ciencia.

Quizás, como dice Miguel Ángel Quintanilla, no esté todo perdido.

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