domingo, 19 de enero de 2014

Tipismo machinero y adiós.


A petición del público al que me debo, selecto, gentil y bonachón, escribo una mañana de Domingo éstas letras que empezáis a saborear.

El cliente siempre ha de llevar la razón. Que no quiere decir que la tenga empírica o científicamente, sino que su parecer ha de ser incuestionable para quien trabaja al otro lado del servicio. Podría hacer mio éste tópico, refiriéndome a los que os tomáis la sana molestia de dejaros caer por mi Puertochico (más de Curro y de Tatá), y os lo agradezco. Pero si lo hiciera estaría incurriendo en una absoluta falsedad. Es por esto por lo que hoy, enfilamos rumbo a otro puerto aprovechando que sopla surada en la bahía y dejamos atrás esos aires melancólicos que nos hicieron embarrancar. A vuestra salud. A la tuya también.

Época de exámenes. Enero y Febrero no serían los mismos sin el olor a café, archivadores a punto de decir basta, barba descuidada (o vintage, según los críticos) y el famoso paraninfo transformado en sede central de los amigos de los clubes sociales. El caso es que ayer me dejé caer por ahí con el objetivo claramente definido: estudiar. Y estudié. Y no es fácil, porque entre los "patrones del comercio intraindustrial" y una amigable conversación con la chica de la cafetería (y digo LA, no UNA), la tarde podría haber sido tremendamente perfecta, aunque hubiese vuelto a casa con los apuntes sin desembalar.

El caso es que ayer debió de ser mi día de suerte, porque estudié y la tarde fue tremendamente perfecta. No conversé, si es lo que os estáis preguntando, pero ocurrió algo mucho mejor que cien chicas como ella. Whatsapp con órdenes urgentes de vernos. La tarde se estaba poniendo on fire y había que reordenar filas dentro del ejército. Y a las ocho P.M pasadas, me encontraba rodeado de lo mejor de Santander y parte de Barrax (Albacete, no confundir con nada foráneo), copa en mano, riéndome a carcajadas del percal que tenía delante (algunos llevaban un día que se había ido complicando por momentos). Sea como fuere, la o las (según qué sujeto) copas se iban notando y se hacía indispensable hacer escala en algún puerto. Y recalamos en uno, pero ayer fue de montaña: El Fuente Dé, lugar desconocido que recoge la esencia del tipismo machinero más característico de nuestra tierruca...vinos, quesos, cecinas (de las de comer) y pimientos. Y risas, muchas risas. Y según iban cayendo las botellas (y no digo copas) de vino, las carcajadas iban siendo aún más sanas. Y las conversaciones aún más sórdidas, por culpa del cabrón del 6ºD que debe de ser un Diegu Gallu encarnado en Batman en esto de las prácticas amatorias. Entre tanto, apareció la mujer del visón. Le dimos charleta. Lo pasamos bien.

¿Dónde cae la ultima? Llevaba ya la cuenta perdida, y aún con profundas sospechas de que a esa hora, fuera a ser la última, me dejé embaucar. No fueron una, sino dos. Pero el garito lo merecía y la limonada también. La compañía está claro lo que se merece y no es terrenal. A la salida del puerto, algún bote comenzaba a zozobrar pero fuimos en busca del abrigo de un nuevo alfaque. Y ahí, si que sí, el naufragio no se hizo esperar. Algunos soltaron amarres antes de lo deseado y otros aguantamos un poco más. El caso es que a las 4:00 (pasamos a A.M) un pollo (y no precisamente camboyano) decidió recogerse en brazos de Morfeo.

La singladura fue sencilla. Los botes, los típicos de mi Puertochico. Los patrones, los mejores con los que iniciar una aventura con rumbo desconocido.

Soplan nuevos vientos y hay que aprovecharlos.

Llevamos mucho tiempo en las mismas aguas y hasta el marinero más experimentado necesita conocer nuevos caladeros. Hacia ellos me dirijo.

Gracias por haberme acompañando hasta aquí.

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