viernes, 24 de enero de 2014

Can´t turn back the years.



Ese momento en el que, sin saber muy bien porqué, visitan tu cabeza las notas de aquella canción que hace tanto no escuchas. Y recuerdas cuando, con quince años, compraste aquel fantástico disco en aquella fantástica tienda del Santander de entonces. Drope se llamaba -la tienda-.

Y te prometes que al llegar a casa pondrás la habitación patas arriba con el objetivo, primero y último, de saborear las notas de esa bella canción.

Encuentras una carátula polvorienta entre los naufragios que contiene el baúl de mimbre del Bazar San Carlos que te regalaron cuando aún desconocías el significado del verbo "preocupar" en sus distintos tiempos verbales (me preocupas y me preocupo).

Con cuidado lo abres y aprecias lo que ese tesoro de LP significaba para ti. Las 1450 pelas que te costó (el disco y ahorrarlas) y el día que lo compraste. Una mañana de Sábado yendo a comer a casa de Tatá. Como todos los Sábados.

Excitado, corres hasta la minicadena -regalo de comunión- y seleccionas la canción número dos. Y mientras la escuchas con absoluto placer, te das cuenta de lo cierto de la letra.

Porque es verdad que no podemos recuperar el pasado, pero podemos -más bien debemos- hacer que al recordarlo en el presente, se convierta en la promesa del futuro.

Las canciones siguen pasando y no puedes evitar que tus pupilas queden regadas por el recuerdo de cuando era Sábado en Puertochico.

De las aceitunas Jolca, las bicis en Castelar y de lo bien que sabían sus besos.

Los besos, de Tatá.
La canción, de Phil...Collins, ¿quién si no?

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