jueves, 27 de agosto de 2015

Conmigo y mi montera.

Sonó tuo vuó fá l´americano y fue como si mi vida se moviese a ritmo napolitano. Y fue entonces cuando empecé a poner nombre a todo sentimiento. De los que dejan cicatrices. A menudo de color rojo y en forma de labios. De dos, para ser preciso. Cicatrices que sabían a beso y fuego. Y así, tan sutil y en elegante silencio, el caos me empezó a tutear. De aquello hace unos cuantos años. El caos me hizo diferente. La gente no acaba de entenderlo y muchos desean que llegue el día en que cambie. Pero, inevitablemente, soy mi caos. Y lo amo. Por eso, cuando alguien no lo entiende, le digo: Si me quieres querer, tendrás que quererlo primero a él. Ama mi caos. Mi leitmotiv desde que empecé a latir. Y es que, aunque suene raro, no siempre he latido.

- "Sólo tienes veinte años, guapo". -

Su voz sonaba a flamenco. Sabía a manzanilla. Olía a azahar. Mi cuerpo enseguida olvidó que era más joven que el suyo y su cadera empezó a sudar despacio. Tenía luz. No supe qué decir y opté por no decir nada.

Aquella vez me despedí mientras ella sonreía en los andenes. Mientras, yo intentaba callar aquel derroche. No tardé en volver. Tenía duende. Yo magia, aunque todavía no lo sabía.

Una noche se acercó a mi. Noté como miraba mi corazón. - "Te late muy fuerte" - dijo. El problema del mundo es que sonamos muy bajo y algunos piensan que no existimos.

Me quedé con su amor,
su energía,
su acento,
y su forma de desearme.

A partir de ella, entendí que habíamos de latir muy fuerte para que el mundo supiera que existía. Y así fue como empecé a latir.

Después conseguí contestar una pregunta que durante muchos años había buscado atormentarme. <>. Esa debería ser siempre la respuesta a cualquier pregunta.

Nos quedó irnos de viaje, compartir locuras nuevas. Nos quedó aquel tatuaje de mis manos en sus piernas. Le faltó mirarme a solas y pedirme que volviera. Dibujé naranjas en atardeceres. Lloré mientras recordaba pasear por tus noches de colores árabes.

Sólo quise de ti, lo que me diste cuando nada te pedí.

Porque, a veces, la fe es creer en algún dios aunque para alguno no exista.

O existir aunque esos dioses a veces no crean en ti.

Pero aquí seguimos. A las puertas de unos veintiséis cargados de ilusión y a ratos de madurez. Enhiesto como un faro que alumbra, intentando competir con una luna que, en noches de verano, enamora. Protagonista de un "yo" cada vez más cargado de mi mismo, esencia de un querer henchido de puro sentimiento.

Y así seguiré caminando.
Que el camino cunde tanto que en cien vidas, no lo gastaré.

Porque el que vive a su manera, no precisa ni mundo ni montera.

¡¡Y qué me gusta a mi este mundo mio y mi montera!!


domingo, 16 de agosto de 2015

Desordenada habitación.

Santander atardece, despacio, como el frágil aleteo de las gaviotas que, henchidas, anuncian con elegancia la decadencia de un verano con olor a salitre. Como de otra forma no podía ser si es que el verano es en Santander, la marinera.

Las nubes entretejen un grisáceo y aterciopelado atardecer. Poco a poco, las calles se van quedando desnudas, vacías. Sólo habitadas por los hombres y mujeres del acento cantarín.

Hoy el mar parece que está triste. Parece que no late. Parece cansado de embatir. Parece que quisiera amurallar el propio sufrimiento sabiendo que eso es arriesgarse a que le devore desde el interior. Hay días que yo soy mar.

Y como el mar, el de aquí, el que es furioso por derecho, vagamos por la vida sin pedir consejo a nadie, creyendo que de hacerlo, correríamos el riesgo de que alguien nos dijera la verdad.

Y es que, quizás, sólo si soy paciente y dejo de correr, la vida deje de ser un autobús que se escapa justo cuando llego a la parada.

Y es que la vida, como el amor, es como una colección de tazos inacabada.
Como la mano de dios de Maradona.
Como una noche en la puerta del BNS que acaba sin un te llamaré.
Como mirar al Puntal desde Reina Victoria.
Como el sabor del sol posado en labios femeninos.
Como que coincidan con los tuyos, cuatro números del euromillón.

Pero no hay amor, ni vida, que no corte como una tijera. Como una navaja. No hay vida ni amor, que no venga con una mascarilla de oxígeno porque, antes o después, acabaremos necesitándola.

Aunque entre medias, del amor y de la vida, nos encontremos a personas con las que, después de estar con ellas, la vida nos parezca un ratito muy pequeño.

Yo entre tanto, le pido a Dios que me de mesura. Aunque sea chapucera y cotidiana.
Que me haga del montón.
Y que en vez de corazón, me haga un tetrabrick. Para que dure.
Que tenga compasión y que a la hora de querer, lo único que quiera sea que pasen muchos veranos sin que pasen muchos inviernos.