jueves, 10 de septiembre de 2015

De volar me hablaron una vez.

Necesito alguien que sepa frenar Septiembre.
Alguien que sepa avisar que vengo fuerte.

Estos veintiséis me están volviendo canalla y en esa playa donde aprendí a sudar, quiero seguir tumbado hasta que el mar se lleve la arena.

Suelo llegar pronto a las citas, pero esta vez prefiero ir tarde y cuando llegue, no sé cómo haré para no parecer muy raro. No sé cómo haré para hacer ver que, igual que me tiene, me puede perder. Le pido mi trozo de arena, lo escondo, lo miro y hago castillos con ella, sin rey ni reina, porque ellas sólo son de aquellas que consiguen hacer bajar la marea. De las que abrazo un rato, les miro los labios, no sé cómo hacerlo y me aguanto.

Y en milisegundos pasaba de odiarme a desearme. Vivía en una montaña rusa de emociones y sentimientos enfrentados que, al encontrarse con una racha de nordeste tan pura y viva como yo, hacía que se tambaleasen todos los principios por los que ella lucharía en cualquier frente de cualquier batalla que algún día le tocase librar.

Me gustan las chicas que tienen pelis que nadie ha visto. 
Nada de mujeres etéreas, mejor mujeres que sueñen con volar. Con volar y con bailar descalzas después de una noche de vino y algo de jazz neoyorquino. De esas que subestiman la inercia de mis ojos a su boca. De las que sin declarar guerras te enseñan sus armas.

Ella y yo, nunca al revés, decidimos empezar armándonos por los pies y acabamos desarmándonos por la piel.

Y pudo rozarme pero decidió emprender pronto el viaje. Me contó su verdad, que sólo fue para ella.

Un ron con unos amigos. Uno barato, sin hielo, para que no consiga anestesiar el dolor que, alguna vez, ahogamos en el.
Una cena inesperada, sin reserva, sin mantel. Sin cubiertos. Con las manos. Las mismas con las que un día dije hola, al siguiente la rocé y al tercero despedí. Y sin duda, es mirando hacia atrás, cuando realmente es fácil vislumbrar en qué minuto de tu vida cometiste aquel error. Rebobinas y te das cuenta de que es más sencillo arrepentirse de una decisión ahora, mientras lees esto, que en el momento en el que la tomaste. Porque en ese momento, seguramente, esa fuese la decisión más jodidamente buena de todas las que tenías a tu alrededor. Pero si lo hiciste lo mejor que supiste, evitaste el error más cruel y doloroso de todos: el arrepentimiento que acompaña al dejar pasar algo que pudiera haber sido maravilloso y genial, que te encuentras, sólo, una vez en la vida.

Hace poco me aseguré a mi mismo que el tiempo pasa volando y que, aunque a veces la nostalgia se apodere de nosotros, si sabemos aprovecharlo, no habrá nada de qué lamentarse.

Porque no es oro todo lo que reluce. Ni todos los que deambulan lo hacen porque estén perdidos. Lo antiguo que es fuerte nunca se derrumbará. A las raíces profundas jamás les alcanzará la escarcha. De las cenizas algún día despertará el incendio y ese día, de las sombras brotará luz.

El olor a verano despega para volar por otras latitudes. La lluvia empieza a empapar. Los días se acuestan antes y las noches madrugan más.  Pero la cuestión no es en volar con el verano. No es madrugar o trasnochar...

La cuestión está en qué elegirías si pudieses ir a cualquier lugar del mundo ahora mismo: ¿un dónde o un con quién?
Yo de momento ya tengo las maletas preparadas. Mañana vuelo al sur. A mi rincón, mi sueño. La fotografía a la que vuelvo cunado la monotonía acecha. Despego con el verano porque tengo todo un embarazo por delante para calarme por Santander, para perderme entre su niebla, para pasear entre sus olas...no te pongas celosa, tonta. Tú no, ella.
















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