domingo, 17 de enero de 2016

Nuestro absurdo vodevil.

Y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.
Porque soy la vida que ya tengo.
Y quizás, ella, sea la vida que me falta.

Porque te fui queriendo a buchitos.
Despacio, con calma, con precaución.

Pero no era yo.
Decidí arriesgarme.
Y empecé a quererte como yo sé hacerlo.

Intenso, con alma, corazón.
Con vida.

Pero a veces, aunque la cuerda cortada pueda volver a a anudarse,
vuelva a aguantar, siempre estará cortada en si misma.
Y quizás volvamos a tropezar, sí,
pero allí dónde me abandonaste no volverás a encontrarme.

Y si es mejor quererte sin permiso, con rabia y al contado,
yo te querré como jamás te quiso quién más te haya marcado.
Pero anda, deja que te desabroche un botón.

Que se come con piel la manzana prohibida.

Pero si acaso piensas quererme como se quiere a un gato,
prometo largarme con la primera que a ti se parezca.

Porque siempre escuché que la curiosidad acabó matándolo -al gato-
pero nunca me contaron si lo que descubrió mereció la pena.

Que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.

¿Qué importa que nos acabemos de conocer?
Así podrá jugar el azar también su papel.

Que todos los catorce de Febrero lloren contigo.
Y si el corazón pregunta el porqué de tu soledad
pide en la farmacia pastillas para no llorar.

Y si quieres quererme, voy a dejarme querer.
Pero si estás dispuesta a odiarme, no me tengas piedad.

Porque serás todo lo guapa que quieras,
pero dime...
si el mundo fuera ciego,
¿a cuánta gente impresionarías?

Porque conmigo no cuenta el porvenir
pero de ti no se acuerda el verbo amar.
Porque yo no juego para perder
y tú haces trampas para ganar.

Así es nuestra partida de ajedrez.
Un vodevil con una partenaire
adicta al jaque mate.







martes, 12 de enero de 2016

Nuestro tóxico letargo.

El mundo se despedaza.
Y nosotros con el.
Vivimos en un descorazonador suicidio permanente.
Presos del televisivo zarpazo de la más burda vulgaridad.

Creo a pies juntillas en la mediocridad del ser.
Siempre del humano.
En su astuta inteligencia para tropezar con la misma piedra.
En la pérdida de valores.

Creo en la moral como tarjeta de visita.
En que, cada vez, tienen más sitio los idiotas.
En que hay algo de bondad entre toda esta miseria.
En Dios.

Miro al mundo y me siento como un triste peón de ajedrez.
Olvidado en un rincón del tablero mientras a mi espalda, la batalla.
Permanezco erguido y me pregunto:
¿Quedará algún rey vivo al que servir?

"Y es que la historia sólo está muerta para los imbéciles.
O para los que gallean de nación pero no comparten la palabra.
Aldeanos que por defender su memoria, niegan la de otros.
La memoria que por lo general, común es casi toda".

El mundo.
Y su historia.
Algo así como la "Primavera de Vivaldi" silbada por Jack el Destripador en plena faena.
En tono bajito, casi íntimo

Madaya muere de hambre.
Africa de sed.
El mundo se hunde y no quedan más que unos pocos vestigios de ingrata humanidad.
Porque triunfamos, sí. Pero siempre habrá un iceberg esperando a su Titanic.

Vidas aún por descubrir ahogan sus esperanzas en macabras singladuras.
Fanatismos que matan en nombre de dioses que no existen.
Vidas truncadas por cheques al por mayor.
Tierras en las que es más importante comer que respirar.

¿Cuál es el motivo? ¿que soy cristiano?
¿Acaso el cristiano no tiene órganos,sentidos,pasiones?Si lo pinchan ¿no sangra?
¿No tiene calor en verano y frío en invierno? ¿No se ríe si le hacen cosquillas?
Si nos hacéis daño ¿no nos vengaremos?

El mercader de Venecia. Shakespeare.
Donde el acreedor era judío. Y las deudas libras de carne.
El teatro ya no es tal y ahora, la sangré corre a raudales.
Porque siempre habrá Torres Gemelas de NY, "Troyas" y caballos de madera, bárbaros y también Constantinoplas.

Pero siempre nos quedará París.
Y el amor.
Aunque "Je ne suis pas Paris".
Yo sólo soy de mi padre y de mi madre.

Dice mi sombra que ya no nos parecemos.
Que por más que me sigue, no cuadra el paso.
Que ahora encajo con otra.
Que tiene celos, dice.

Tendré que regalarle una margarita.
Pero sin pétalos.
Para que nunca sepa si la quiero o no.
Para que dude.

Como, a veces, lo hago yo pero de este enfermo mundo.

"Lo siento por los que te usan de trinchera.
Por los que no entienden que giras en círculos.
Por los que no ven que te alejas y vuelves,
como una noria que mira al cielo".







lunes, 11 de enero de 2016

Ojalá algún día te equivoques.

Mi último refugio, mis libros, son placeres sencillos.
Exactamente igual que atravesar un río a lomos de tu caballo.
O que un amor correspondido.

El caso es que hace falta ser listo para ser complicado.

Y en esas estamos.

Pero me enamoré de su carácter misterioso. Me pareció terriblemente atractiva. Sí, suponía que en un mismo "te quiero", podía ser Jekyll y a la vez Mr Hide. Y que con una simple mirada, el silencio era suficiente para hablar, pero sólo se limitaba a estar ahí, con una sonrisa en la cara, sin decir una palabra.

Pensaba en los demás pero no era abierta; era apasionada pero era dura; era una chica buena, divertida y maravillosa.
Y te quise.
Pero era insoportable.

Florencia.
Siempre le había fascinado.
A mi también.

Esa era la ciudad en cuyas calles Miguel Ángel había jugado de niño y en cuyos estudios había nacido el Renacimiento italiano. La ciudad cuyas galerías atraían a miles de viajeros para admirar "El Nacimiento de Venus" de Botticelli, "La Anunciación" de Leonardo o el orgullo de la ciudad de los joyero: "El David". La ciudad en la que Dante escribió que "los lugares más oscuros del Infierno están reservados a aquellos que mantienen su neutralidad en épocas de crisis moral", como si tratándose de un profeta, vislumbrase la moral exquisita y obsidiana de la que gozamos hoy en sociedad. Porque en tiempos peligrosos no hay mayor pecado que la pasividad.

Y resulta que como en su comedia - la de Alighieri - la revelación divina simplemente significa que tu cerebro oiga lo que el corazón ya sabía. Es el conflicto que en la antigüedad ya gestaron Apolo y Dioniso. El famoso dilema mitológico. La vieja batalla entre mente y corazón que, rara vez quieren lo mismo.

En noches de insomnio y despedidas solíamos viajar a Venecia. Pocas experiencias son más placenteras que subir, preferiblemente de noche, a bordo de un Vaporetto y sentarse al aire libre a ver pasar iluminadas las catedrales. Amábamos la ausencia del ruido de motores en sus calles; en cambio, podíamos escuchar un inusual tapiz de voces humanas, arrullos de palomas, misas en latín y cadenciosos violines que perseguían endulzar la triste sombra del puente y sus suspiros.
Porque el alma necesita emoción. Por eso nunca deja de buscar combustible. Bueno o malo. En nuestro caso daba igual.

Pero al volver a la cama, acabábamos siempre por dar la razón a Malthus y sus teorías. Siempre creí que la frase que tanto me repetía, la había aprendido de alguno de esos libros que, de vez en cuando, le gustaba ojear entre cigarros: -  "el camino actual conduce a la destrucción. El crecimiento de la población es una progresión exponencial en un sistema de espacio finito y recursos limitados. El final llegará de forma abrupta". -

Y aunque la frase albergaba el más oscuro de todos los caos del Universo, ella conseguía revestirlo de un halo de absoluto erotismo.
Yo sólo acertaba a replicar en esas ocasiones que, cuando el mundo estuviese repleto de habitantes, se purgaría a si mismo.

Pero en verdad nunca nos paramos a reflexionar acerca de las teorías más metafísicas de la historia. Quizás porque nuestra mente bloquea todos nuestros miedos existenciales y se centra en cuestiones que podamos afrontar, como llegar a tiempo al trabajo o pagar, religiosamente, nuestros impuestos.
Como si al nadar por un oscuro túnel, llegase un momento en el que ya no tienes suficiente aire para deshacer el camino. Como si la única posibilidad fuera seguir nadando hacia lo desconocido y rezar para encontrar una salida.

Porque aunque la ciencia me diga que Dios existe y la mente que nunca lo comprenderé, el corazón me habla de alguien que, aún estando más allá de los sentidos, se sienta todos los días cerca de mi.

Sólo es cuestión de que el cerebro oiga lo que el corazón ya sabe.

No el mio, sino el tuyo. Porque lo único que espero a día de hoy es poder coincidir contigo, eme, en algún café de Madrid, leer un rato a Neruda, guiñarnos los ojos, escuchar algo de música vieja y desgastada y esperar, entre alguna que otra risa, que te equivoques y me digas "te quiero".