martes, 1 de marzo de 2016

Sangre y costal.

Cuaresma. Época de penitencia, de túnicas y capillos. Época que huele a incienso y suena al raseo de los hermanos al son de las trompetas.

La banda empieza a tocar, suena el himno y al grito de, ¡Hermanos, cubríos! comienza la puja. Rezas y pides por los que ya no están. Por Curro y Tatá. Por los que lo necesitan y por lo que quieres de verdad (el pretérito indefinido también vale).


No recuerdas lo que pesaba y pronto caes en la cuenta de que el año pasado lo pasaste mal. Sufres como Él sufrió. Pero llevas a hombros a tu Cristo, a tu Virgen. Y eso, bien merece la pena. En cuestión de milisegundos, recorren tu cabeza caras con nombre y risas sin apellidos. Aprovechas la falta de identidad que te otorga el capillo para dejar escapar alguna lágrima, alguna emoción y con la mirada en el cielo, suplicas poder salir el año que viene.


El olor a morcilla cuando sales por el húmedo, el Salmorejo del Camarote, el luto por el funesto Morán, las patatas del Burgo...la Semana Santa que de pequeño temía y de algo más mayor amo.

Túnica, capillo y emoción. Asi defino yo a mi León.

¡Qué sea Enhorabuena!





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