martes, 12 de mayo de 2020

Salitre, anzuelo, adiós.

Siempre que vuelvo a recalar en éste puerto, después de muchas mareas, es cuando ahí afuera, de noche y con temporal, el viento rola de nordeste y la mar asusta.

Siempre con el casco hecho añicos, la pintura levantada y sin gobierno.

A remolque del que, entre las olas, atisba a ver una luz entre casquillos, me remolca y me deja atado por un cabo a cualquier noray cercano al puerto.

Y siempre juro lo mismo: que cuando vuelvas a pasear por éste puerto, me verás reir, feliz y navegando bien, mostrando mentiras de cómo es mi vida, olvidándote.

Pero me lo pensé más de dos veces y siempre te elegí más de esas dos.
Sé que no nos conviene, hacernos daño, no.

Si mientras más fallamos, más felices fuimos, qué bonito error.

Y siempre juro lo mismo: que cuando vuelvas a pasear por éste puerto, me verás reir, feliz y navegando bien, mostrando mentiras de cómo es mi vida, olvidándote.

Porque hay personas y momentos que nunca se olvidan.
Porque hay pomos que giramos sin saber que son de salida.
Corazones que nunca entienden de medida.
Y estando naufragando yo sentí que no me hundía.

Pero sé dónde no volvería, mucho más que a dónde dirigir mi luz de guía.
Hice más cosas por ti que las que hice por mi vida.

Y me vas a ver.
Cogiendo la mano de no sé quién.
Haciendo lo que nunca quise hacer.

Partiéndome en trozos, orientado a la deriva, hundiéndome.
Jugando a mentir lo aposté todo,
pero rodeado de ti me sentí muy sólo.

Queriendo que todo volviera a ser como antes,
supe que ya nada volvería a ser igual.

El barco se hundía y el agua pesaba ya.

Era tanto lo que arrastraba que el capitán no pudo más.



No hay comentarios:

Publicar un comentario