lunes, 11 de agosto de 2014

Ven a dormir conmigo. Capítulo III

(Hay días que te saltas algún capítulo. Como hoy).
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Tumbado en la arena de El Puntal algo se le vino a la cabeza. Mal de amores. Algo que para nada se cura fácilmente. Algo para lo que ningún laboratorio ha inventado la medicina perfecta. No hay remedios. ¡Otra vez no!- grito él. No sabía el motivo. Ni siquiera se acordaba de todo lo que dolía. Sólo sabía que el tiempo lo curaba, pero esta vez el tiempo le había fallado. Nunca creyó en las casualidades. Siempre las había definido como las cicatrices del destino. Y esta vez no iba a ser menos. 

Las últimas palabras que recordaba de ella fueron: -siento hacerte tan desdichado-. Eso y el latir de un reloj de alguna estación de tren. Solitario y asustado. Como él.

Hablando con la sombra proyectada sobre la orilla sentenció: -joder, estoy fuera de los recuerdos, del pasado, pero también estoy perdido. Antes o después las cosas que has dejado atrás te alcanzan, y las cosas más estúpidas, cuando estás enamorado, las recuerdas como las más bonitas. Porque su simplicidad no tiene comparación. Y me dan ganas de gritar. Lo jodido de gritar es que cuando lo haces en silencio, duele más-.

Mientras pasea absorto con el flamear de las velas del Cantábrico al fondo, se da cuenta de que lejos de haberlo dejado atrás, ha vuelto a caer en el agujero oscuro y profundo del que creía no lograría salir jamás. El mismo que tiempo atrás había definido como si una bomba hubiera estallado sobre él y hubiese destrozado su vida con un toque ligero, limpio y sutil. Todo lo que había vivido hasta ese momento se derrumbó, se destruyó, desapareció de este mundo y entonces se preguntó qué iba a ser de él, cómo iba a hacer para volver a sonreír.

Lo peor de todo es que salimos a la calle y vemos que la gente sigue riendo, los niños siguen jugando en el parque, las parejas siguen besándose como si no hubiera mañana (frase que aprendió de ella). Nada ha cambiado, todo permanece igual, sólo tú eres el distinto.

Las olas bañan sus pasos. Los de él. En singular. El agua está fría, advierte. Y piensa en lo que ella le dijo hace tiempo. –Deberíamos sintonizar mejor, ¿no crees? –Y ante el mismo escenario de aquella frase pero con distinta compañía piensa. - Sintonizar...¿qué querría decir? La sintonía es algo que tiene que ver con la música. El amor, en cambio, es cuando no respiras, cuando es absurdo, cuando echas de menos, cuando es bonito aunque esté desafinado, cuando es locura. Cuando sólo de pensar en verla con otro cruzarías a nado el océano, escalarías el Pico más alto o guardarías en un frasco todo el agua del mar.

Con la mirada perdida, revive aquella noche de velas y vestido rojo. La noche del magret y del champagne. Una noche que empezó a las cinco de la tarde entre fogones. Y recuerda su pregunta: - Siento curiosidad. ¿En qué pensabas esta noche mientras mirabas cómo dormía?
-Ah… -Se sienta y la sonríe-. Pensaba en la suerte que tengo. Pensaba: esta chica es realmente guapa. Y además pensaba en el momento que estamos viviendo y que...bueno mejor no te lo digo.
Ella se acercó y lo miró con ojos cariñosos, achispados, resplandecientes, llenos de entusiasmo.
-No tengas miedo. Corre, dímelo.
La miré a los ojos, inspiré profundamente y al final lo dije. -Pues que jamás me he sentido tan feliz en mi vida.

-Sé que te asustarías si te dijera te quiero otra vez. Así que, mejor te diré te prequiero. Porque tu inmadurez es superlativa para tu edad. Porque no pasa nada si miras a otras. Da susto, porque hace replantearte muchas cosas, pero no pasa nada si me acerco a ti y al oler tu pelo sigo sientiendo que eres mi alma gemela y que estoy en casa.

El pitido de un barco anunciando su entrada en la bahía le devuelve a la soledad de sus fríos pasos sobre la arena. Lo duro es que cuando un amor se acaba se puede encontrar todo, excepto el por qué. Y piensas cuál fue el fallo, qué hiciste mal. Atiende a lo que una vez escuchó decir en alguna terraza del sur: -"Alguien dijo una vez que en el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien, ya has dejado de quererle para siempre...".- Y cae en la cuenta de que quizás, ella se paraba a pensar en silencio.
Hay instantes en la vida en que creemos saber que una mentira se parece mucho a una verdad, pero sólo quien las cuenta es capaz de distinguirlas. 

Comienza a chispear. El cielo se encapota y las manecillas del reloj de Tatá sugieren regresar a casa. Sólo se arrepiente de una cosa. De no haberla dicho: - Ven a dormir conmigo: no haremos el amor. Él nos hará-.


De eso y de haber aparcado tan lejos.

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