lunes, 19 de marzo de 2018

Te tengo ganas.

"Me gustas cuando callas y estás como distante.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo."
-P. Neruda

Y es que me gustas cuando vienes. Sin razón y para quedarte.
Me gustas cuando paras y me miras. Y yo te ignoro para que sigas, disfrutando del trayecto de tus pupilas que contiene mi nombre.
Me gustas con tu viaje de invierno en un verano a punto de estallar. Con tus aires reinventados. Con tus planes sin establecer. Con tus arriba que no se encuentran precisamente en el tejado y tus abajo que realmente nunca existieron.
Me gustas cuando te conviertes en mi fuente de energía intransferible, cuando me quemas en ese instante antes de sentir tu abrazo y no veo otra cosa que los rayos de electricidad estática que despiertan cada una de mis neuronas.
Me gustas cuando partes el cielo en dos solo para poder ver el sol un rato más y alargar los días al viento, despeinados aunque se nos hagan demasiado cortos.
Me gustas cuando me hablas con tu silencio a gritos lleno de palabras que transmiten más que cualquier vocal hablada. Pero más me gustas cuando me dices muy a lo bajito, sólo para mi oído débil, “no te quedes con ganas, quédate conmigo”.
Me gustas cuando me lees de norte a sur sin perderte ni una sola de mis comas, y en tiempo récord hablas mi idioma.
Me gustas cuando dices que buscarás una tumba de dos, que la distancia en nuestro caso está sobrevalorada.
Me gustas en cada una de tus contradicciones.
En cada uno de tus pasos.
En cada una de tus rarezas.
Y es que me gustas siempre.
Siempre, tú.

Y es que tiene gracia la cuestión porque donde algunos se aferran al no, otros luchan hasta el final por tener el sí. Donde algunos dan todo por hecho y se rinden a la más mínima señal de llovizna, otros bailan felices bajo la mayor tormenta posible y consiguen salir de ella. Mojados, pero salen, y además con una sonrisa de las grandes.
La pregunta que nos debemos hacer todos en algún momento es: ¿qué es lo que hace que seas de un bando u otro? ¿Qué es lo que hace que, aunque estés calado, sigas andando hasta llegar a donde soñaste?
No creo que sea la suerte ni la fortaleza mental ni el qué dirán. Dudo que sea el tener mucha sabiduría o experiencia. De hecho, precisamente los niños son los que mejor saben llevar estas situaciones y salir de ellas. Tampoco creo que sea la cultura o el provenir.
No.
Todo se reduce esencialmente a las ganas, a la cabezonería, al “no podrán conmigo”. Y esas ganas con el desgaste de la vida a veces nos las acaban quitando o, lo que es más peligroso, nos las quitamos nosotros mismos.
Las ganas de levantarte por la mañana después de un mes de infierno y decir “hoy sí, hoy me como el mundo”. Y te lo comes. Punto. Así de fácil.
Las ganas de por fin superar esa pequeña espina que has tenido clavada desde hace años, de por fin perdonar lo imperdonable, porque ya no te mereces gastar en el asunto ni un segundo más.
Las ganas de abrirte a una persona y vivir una nueva aventura sin preocuparte por el inicio, nudo o desenlace porque ahora disfrutáis los dos y todo lo demás da igual.Puede que el final llegue a los dos meses o puede que no llegue jamás. Pero eso no es lo importante, sino los momentos compartidos.
La emoción de cuando pisas suelo nuevo, que simplemente son ganas de lo inesperado. De descubrir un nuevo lugar y pensar: a ver qué pasa aquí, aquí no hay límites, aquí todo es posible.
Las ganas de quitarse precisamente las ganas de complicarlo todo. Que las tonalidades pueden ser interesantes pero ya llega un punto en el que nos liamos demasiado. Que no es que no haya que jugar con fuego porque queme, sino porque deja marca de por vida. Que basta ya de perder el tiempo, de standbys, de no jugársela.
Las ganas de dejar de vivir a base de migas y empezar a exigir un banquete. Que las cosas a medias no nos gustan. O sonríes o no. O te enamoras o no. O todo o nada. Mejor dicho, o doble o nada. Y sabes que conmigo, es así.
Las ganas de querer a las personas por todo lo que han sido y serán, por todo lo que te han dado y te darán, y saber qué exigir a quién. Porque no todos te van a dar lo mismo y lo bonito está en saberlo y disfrutar de su particular cachito.
Las ganas de tomárselo todo un poco más despacio, de saborear los días y disfrutar del mundo que nos ha tocado. Que si te paras un poco verás que el café huele mejor, que los besos saben mejor y la palabras suenan mejor.
Y sobre todo, las ganas que tengo de escribir sobre las ganas y por fin encontrarlas.
Encontrarte.
Y saciarlas.

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