domingo, 14 de junio de 2015

Toque de queda. Y te toqué.

Cuando los mayores dicen: "Los adolescentes pensáis que sois invencibles", con esa sonrisa de perfil creyéndose dueños de si mismos,no son conscientes de cuán grande es su falsa convicción.

Estoy en una edad. Ni tan joven ya, ni lo suficientemente avanzada como para ser relamidamente responsable. Una edad rara -dicen-, seria. Una edad entre interrogantes y puntos suspensivos...no lo sé. Suficiente, eso sí, para que a veces sienta que los mejores días están por llegar. Y lo que es mejor aún, que serán mejor de lo que espero.

Y te das cuenta de que lo que llega es mucho más que maravilloso de lo que esperabas, cuando huele a perfume de mujer. Cuando su coleta es morena. Cuando nada más llegar, tus esquemas empiezan a romperse y empiezas a ser infiel a todas esas promesas que alguna vez prometiste no hacer.

Yo era torpe, ella será- ya lo eres- preciosa. Yo era un peñazo, ella será -desconozco si lo eres ya- fascinante hasta el infinito. Creo que si las personas fuesen lluvia, yo sería una llovizna y ella un huracán.

Y aunque el primer amor siempre es como la viruela, pues deja una huella imborrable, el amor último es, por regla general, como una peli triste. Me explico: cuando sabes el final de una película y aún así vuelves a verla, es cuando te fijas en todos los detalles que guarda. Y yo sólo quería mirarla una última primera vez. El recuerdo, sí. Otro tipo más de cicatriz.

El caso es que algún día te veo con libros y apuntes a cuestas y pienso que contigo, siempre voy en busca de un Gran quizá. Mira, te lo voy a plantear de la siguiente manera: para mi, tú eres la número uno, pero es que ni siquiera hay número dos. Creo que nunca me atrevería a espetártelo de esa manera. No, a menos de que me encontrase algo ebrio. Quizás tener miedo no sea la mejor excusa para compartir luna y almohada. Pero hoy tu estás en tu cama y yo en la mia. Y no es la misma, ni por asomo. Está claro que algo estamos haciendo mal.

- ¡A veces no te entiendo!
Ni siquiera me miró. Sólo sonrió hacia el televisor.
- Nunca me entenderás. De eso se trata.

Porque me he propuesto que mi sonrisa le diga a la tuya que le gustas.
Comienza nuestro toque de queda: Quédate la dije. Y la toqué.

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