lunes, 11 de abril de 2016

Capítulo XII. Los 3 dólares de aquellos años..

-" Estoy planeando mi tatuaje más ambicioso" - le dijo mientras acaba de saborear la taza de té que ella le había traído de su último reportaje en tierras persas.

-" Sabes, mi padre era muy fan del jazz. Escuchábamos grandes clásicos, uno detrás de otro, desde Dizzy Gillespie a Coltrane. El tocadiscos giraba en mi habitación y cuando entendía bien los ritmos, siempre le preguntaba qué era eso. Anotaba el nombre en un trocito de papel y salía a la tienda del barrio en busca de los discos que había apuntado de la colección de mi padre. Los escuchaba a todas horas y los cantaba como se me ocurría. Así era como me fundía la paga de 3 dólares de cada semana.
La música me permitía ser sincero. Hasta el punto que, a día de hoy, hay canciones que me niego a cantarlas porque me parecen muy duras".

"Todo lo que puedo ser para ti es una oscuridad que los dos conocemos bien. Así que haznos el favor de coger el próximo avión y disparar con tu cámara como si lo hicieses contra mi. A bocajarro."

Sophie se dio cuenta de que en una guerra civil -el amor lo era-, la primera baja era la de la justicia. -" Siempre te dije que la integridad personal es como una espada. No debería blandirse hasta el momento de ponerla a prueba, pero tú siempre apoyas tu mano en la empuñadura".-

-"Te juro que nunca he querido hacerte daño, Sophie".
-"Pronunciar un juramento es poner tu alma en peligro. Jamás vuelvas a hacerlo conmigo a menos que prefieras morir a quebrantarlo".-

Sophie solía pensar que, desde hace dos mil años, vivíamos en un mundo de dioses y diosas, pero que hoy en día el mundo sólo contaba con la supremacía de los dioses masculinos. Que las mujeres habían sido despojadas de su poder espiritual. Eso y que el peor tipo de soledad que asolaba el mundo era la de ser malentendido. Creía que podía incluso llegar a provocar que uno perdiera el contacto con la realidad...

-"Sabes, vivir contigo es como estar dentro de un cuadro de Dalí".

El portazo sonó como suena un signo de interrogación esperando una respuesta que no acababa de  llegar.

Pese a su generoso sueldo, Peter iba a trabajar en un viejo y desconchado ciclomotor. Comía lo que se llevaba en una fiambrera sobre su escritorio en lugar de acudir al comedor y compartir conversaciones con los compañeros destinados, como él, por la Agencia. Paseaba siempre por el edificio acompañado de un halo de grandiosidad y respeto. En lo suyo, era brillante. Era amable y educado. Silencioso y armado de una ética impecable. Quizás, ese fue el motivo por el que su despido constituyese, a ojos de todos, una sorpresa.

Al poco de cerrarse, el pomo de la puerta volvió a girar.
Era ella de nuevo. Sophie.
-"Dime, ¿estarías dispuesto hoy a matar a la mitad de la población, si con eso pudieses salvara nuestra especie de la extinción?"-.

Apurando las últimas gotas del té, Peter respondió:
-" El hombre llega mucho más lejos por lo que teme que para alcanzar lo que desea. El camino al paraíso, pasa por el infierno. Dante nos lo enseñó".-

-"Sophie, querida, cuando una pregunta carece de respuesta correcta, sólo queda la respuesta sincera. Siento que te duela".-

-"El perdón es el mejor regalo de Dios, Peter. Pero tú ya no entiendes de eso."-

Al cabo de unos segundos, el único recuerdo que quedó en la habitación fueron las notas de que aquel perfume francés que tan bien olía sobre el pecho de Sophie.

En aquel momento, Peter hubiera dado su vida por escuchar aquel vinilo de Gillespie titulado "Portrait of Jenny". Por eso y por la felicidad. Por su precio. Por los 3 dólares de aquellos años.


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