lunes, 28 de diciembre de 2015

Entre citas y alguna comilla.

Cuando te encuentres ante dos opciones y tengas que elegir, simplemente lanza una moneda al aire.

Es un truco que siempre funciona, no sólo porque por fuerza siempre te saca de dudas, sino porque en ese breve momento en que la moneda está en el aire, de repente, sabes que cara quieres que salga.

Y es entonces cuando el resultado ya no importa, porque hace milisegundos que saliste de dudas.

Elige siempre a aquellas personas que te miren como si fueras magia. Ese es lado bueno de la moneda. Porque, a veces, sólo necesito veinte segundos de loca valentía, de coraje vergonzoso. Y casi siempre, algo muy grande acaba saliendo de ahí.

Y recuerda siempre sonreir. Porque lo bonito no está en cómo vistes. Ni siquiera en el perfume con el que dejas estela. Lo bonito, siempre, está en cómo hablas a los demás sin despegar los labios de tu boca. Tu sonrisa te dibuja unas comillas preciosas en la cara.

Es por eso que quizás, hayas logrado ser, mi cita favorita.

domingo, 27 de diciembre de 2015

Sí, quiero.

Porque la vida tiene que tener momentos de locura. Si no, todo sería un eterno Lunes. Porque la locura es el estado en el que la felicidad deja de ser inalcanzable. Por eso hace poco te escribí. Porque estaba harto de quedarme con las ganas de pedirte que fueras el queso de mis macarrones.

Siempre me cruzo contigo entre cerveza y cerveza. Y no por acordarme de tu pelo las pido rubias. Porque moreno flamenco es el color de tus ojos a tu pelo.

Porque aunque todos tenemos días en los que creemos que el sol brilla más en otra parte del mundo, yo, contigo, no necesito que sea fácil, sólo que sea posible. Porque la libertad y tu belleza son demasiado buenas para dejarlas pasar.

Porque a veces me pregunto si un recuerdo es algo que se tiene o algo que se ha perdido.

Porque yo, contigo, empiezo a preferir querer tener que querer olvidar.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Con la misma eme que acaricia tu nombre.

He perdido el tiempo.
Que alguien me ayude porque no sé dónde lo dejé.
Era un tiempo así como breve, hermoso, delicado. Lleno de buenos momentos y de alguno malo también.
No tiene pérdida ninguna. Lo reconocerás enseguida. Y por eso me extraña verme tan despistado con tanta facilidad.

No hay otro tiempo así o al menos yo no lo he sabido descubrir.
He perdido el tiempo y necesito encontrarlo.

¿Razón? Aquí y ahora. O mejor dicho, ya.

Perdí el tiempo contigo, con ella, con él...y la verdad es que no sé cómo ha podido volver a pasar. Porque esta vez lo tenía todo atado y bien atado. Sin la necesidad de pasar por ningún sitio a firmar. Lo tratamos como si fuese de lo más rutinario, sin ser conscientes de la oportunidad que la vida nos brindó. Como si después de lo que hemos vivido, nos mereciésemos volver a querernos bonito. Volver a bailar.

Haz que no parezca amor. Pero hazlo.

Porque creo que a la vida hay que exigirle mucho. Hay que exigirle bien.
Porque un día sales de casa y !pum¡...un día vas al médico y ¡zas!...un día coges la moto y ¡pam! Es siempre más lista de lo que nos pensamos y más tarde de lo que nos creemos. Plantéatelo ahora y si no, atente a las consecuencias. Porque puede que jamás vuelvas a oir un "espera" o que para ti no haya previsto un "después". Por eso yo exijo sentir todos los días cosas buenas, malas y también regulares.

"Porque el talento se cultiva en la soledad; el carácter se forma en las tempestuosas oleadas del mundo".

Haz que no parezca amor. Pero hazlo.

No entiendo la inercia de mis ojos a tu boca.
No entiendo como una mirada puede tener el poder de hacer bajar la marea.
No puedo meterte en la caja de historias pendientes.
No puedo no querer. Y contigo no quiero no poder.

No soy como aparento.
Sólo quería que lo supieras.
Y que en esas pequeñas coincidencias, de reojo y a sabiendas, te encontré.

Déjame hacer que no parezca amor. Pero, al menos, déjame


lunes, 21 de diciembre de 2015

Sangre y arena. Y entremedias, tú.

Y aunque nada espléndido ha sido forjado con sangre fría, hace falta algo de mesura para forjar y un gran corazón en llamas para lograrlo. Y de mis rescoldos la surada hace fuego.
Pero siempre con cautela, pues aquel que quiere permanente llegar a lo más alto, debiera de contar que con cierta probabilidad algún día le invadirá el vértigo.

Y a veces esperamos convertirnos en cazadores de sueños, ganadores de los juegos del hambre, magos, semidioses, ángeles...y al final, nos acabamos conformando con tener algo a nuestro nombre. Aunque sólo sea un amor...¿sólo? Tener un amor a nuestro nombre es suficiente para vivir.

Porque motivados por la fuerza del amor, fragmentos del mundo se buscan entre sí para que puede haber un mundo. Tu mundo. Y el mio.

Y me preguntaste - ¿deja vú? - y te contesté que tú y yo ya nos habíamos olvidado antes. Y apuntalé que siempre oí decir que el cobarde abandonaba antes su dignidad que el campo de batalla.

Pero nos cruzamos alguna vez de noche. Otras en lanchas de ida y vuelta al Puntal. Y aunque nunca te despeinarás ni por mi ni conmigo, quería que supieras que yo si lo hice al mirarte mientras pasabas.

No te tomes a mal lo de ésta noche, pero últimamente mi sangre bombea sin termostato.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Aunque tú sí lo sepas.

Decidiste, tal día como hoy, que estaría mejor contigo que con nosotros. Decidiste, tal día como hoy, llevártela. Y la noticia, tal día como hoy, cayó como un mazazo en casa. Uno de esos de los que rompe por dentro. De los que une por fuera.

No fuiste valiente ni para decirlo a la cara. Y por eso, juré por ti volverte por siempre y para siempre la cara. Juré darte la espalda. No volver a saber de ti. No rezarte. Y ni mucho menos pedirte. Porque lo único que te pedí es que no la separases de mi, nunca. Pero el "nunca" fue lo que utilizaste para jamás hacerme caso.

Y a día de hoy, no consigo frenar esta hemorragia de agua y sal. Fuiste un cobarde. Te presentaste como se presentan los ladrones de almas, los delincuentes, por sorpresa, sin avisar, con nocturnidad y alevosía. Como si Tatá te debiese algo. Cuando Tú bien sabes que, si en esta vida tuvieses algún pagaré, el cheque estaba a su nombre siendo Tú el único deudor.

No entendí, tal día como hoy, cómo una sonrisa y un beso pudieran tener fecha de caducidad. Y maldigo todos los días que dejé pasar sin estar contigo, sin tenerte cerca. Maldigo que no todos los días fuesen Sábados. Maldigo que no todas las plazas fuesen Castelar. Maldigo que no todos los besos fuesen para ti.

La mujer más bella del mundo. La mujer que, sin ella saberlo y sin yo esperarlo, marcaría todos y cada uno de los días de mi vida, desde aquel día, tal como hoy. Porque me atormenta pensar que algún día olvide tus ojos. Tu olor. Tus turrones en Navidad. Tus meriendas en verano. Nuestras tardes en el Siboney. Pero me tranquiliza saber que en diecisiete años, he sido incapaz de olvidarme de ti ni una sola noche.
Porque, Tatá, fuiste capaz de convertirte en mi hogar. En mi refugio. En el escondite que todos los niños, de pequeños, tenemos. Ese sitio al que siempre quería volver. Aún cuando en la planta de tus pies, tuvieses arena de otra playa.

Pero lo que me duele no es el dolor. Eso es sólo una consecuencia. Un efecto secundario de algo que me hizo sufrir y que, a día de hoy, sigue haciéndolo. Pagaría porque, ésto que tanto duele, que aprieta el corazón y araña el pecho, se pudiese paliar con una conversación, con medicamentos, con horas de sobremesa...pero algo me dice que no. Que lo que duele no es el dolor. Lo que duele es esa maldita ausencia. El hueco que dejaste, Tatá, tal día como hoy. Echarte de menos como si se tratara de una renta vitalicia. Tener que frenarme cuando te voy a llamar. Como todas las noches. Recordarme que ya no puedo. Que un día pude y que lo hice menos de lo que debería.

Te la llevaste y adiós. Y aquel día frío, lluvioso y triste de Diciembre, decidí que Tú y yo habíamos acabado. Porque te llevaste lo más puro e íntimo que jamás tuve en esta vida. Y eso, perdóname, pero no tiene perdón.

Pero llegó el día que, de retiro, me di cuenta de que, si alguna vez fuiste dueño de aquella decisión, fue para protegerme y hacerme sentir siempre y por siempre, del todo acompañado. Y entendí aquello de que todos, o casi todos, tenemos nuestro ángel de la guarda.
El mio tiene nombre flamenco. Carmen.
Qué grande hacías ese nombre, Tatá.
Perdón.
Qué grande HACES ese nombre, Tatá.

Y por eso, con dieciocho y en León, decidí cubrirme y agradecerte lo que, sin yo saberlo, hiciste por mi. Y ya van ocho. Y que vengan muchos más, por favor. Porque, bajo el capillo, sólo yo soy testigo de lo mucho que te echo de menos, Tatá. Porque sólo tú, Tatá, sabes lo que te dije y lo que te prometí antes de mi primera procesión.

La única persona capaz de arrancarme una sonrisa y un llanto en la misma décima de segundo, con la dulzura y el anhelo del recuerdo y el deseo que de ti, hoy tengo.

Un beso fuerte, abuela.

Y por favor, sígueme guiñando el ojo como hasta ahora lo has hecho.

Te quiero.
Pero eso, tú, ya lo sabes.