sábado, 9 de noviembre de 2013

Capítulo I, introducción.

Durante años, la había adorado a distancia sin saberlo. La más constante imagen de ella en su pensamiento era la de la primera vez que la vio bajando las escaleras de aquel casino de Santander y se dijo que era la viva imagen de Audrey Hepburn en "Desayuno con diamantes".


—Te quiero —dijo apasionadamente—. Te quise desde el momento en que te vi. Siempre he querido un hombre que fuera fuerte y cariñoso y pensé que no existía nadie parecido. Luego te vi. Te deseé. Pero me contaste lo de aquella chica del sur y todo lo que la quisiste ¡Cómo la envidié, Dios mío! Siento que acabara, lo siento de veras, porque veo en tus ojos el dolor y todas las lágrimas que vertiste. Me destroza el corazón verte tan triste. Pero ahora que ella se ha ido, te quiero para mí.

Hicieron el amor, hablaron en susurros de sus proyectos y volvieron a hacer el amor. Poco antes del amanecer, él se adormiló ligeramente. Ella, en cambio, permaneció despierta, contemplando las facciones de su rostro y sus patillas a la luz del fuego de la chimenea, mientras pensaba en el viaje que los había conducido desde aquella ciudad con playa hasta aquella habitación de armarios blancos. Sus favoritos; sin embargo, algo comenzaba a romperse.

Se aferró a un jirón de esperanza. Sabía que le amaba. Eso no había cambiado. La misma noche anterior había hecho el amor como alguien que saciara una sed terrible. Y después de que se quedase dormido, había rodado encima de él, besándole con la pasión propia de una veinteañera.


Bajaban a estudiar juntos y luego solían pasarse a comprar algo de comida por el mercado. La observaba mientras anotaba en sus apuntes de tributario, y se sentía como si tuviera delante de él, un diamante secreto que pudiera tocar de vez en cuando mientras nadie le veía.

La mente humana tiene un primitivo mecanismo de defensa que niega cualquier realidad que provoque un estrés excesivo al cerebro. Se llama negación- le dijo él-. Y es lo que a ti te pasa. A veces, lo imposible sólo lleva algo más de tiempo que lo posible- pero ella no tenía tiempo.

Ella sentenció:

Lamento hacerte tan desdichado. —No lo sientas- dijo él. Lamenta más bien haberme hecho feliz. Eso es lo que duele, que me hicieras tan feliz.




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